¿Qué hace un metalúrgico hablando de plásticos? «Plásticos: historia de amor y odio con la sociedad»

Como es fácil comprobar, hace más de dos años que había dejado desatendido este blog, no por dejar de escribir, sino por haber dado preferencia a otras vías. Algunos artículos de opinión en prensa económica, varios artículos en un portal profesional y hasta un trabajo de investigación sobre un nuevo método de análisis de residuos, incluida la definición de un nuevo término científico: wastereology, me mantuvieron alejado de esta pizarra.

La menor actividad en este sitio no me ha impedido seguir difundiendo entradas anteriores, por la sencilla razón de que ni los ecologistas ni, al parecer, los legisladores, parecen aprender nada; siguen tropezando en los viejos clichés ideológicos que creíamos olvidados. Ante la contumacia en el error, y después de comprobar que ya lo había escrito antes, he preferido con frecuencia recordar lo ya escrito que volverlo a escribir.

Pero hace un par de semanas (22 de noviembre 2022) tuve la ocasión de presentarme ante el grupo madrileño @eeepMadrid, que pone en marcha de nuevo Escépticos en el Pub, con una doble responsabilidad: reiniciar con una presentación in vivo la actividad interrumpida durante más de dos años por culpa del COVID-19 y, por primera vez, como experto en metalurgia, hablar de plásticos.

De hecho, tuve que empezar por dar explicaciones (como el hecho de que nunca haya trabajado para la industria de los plásticos), pero me parece un tema tan fascinante y sobre todo tan sometido a censuras y cancelaciones varias, que me he propuesto saber todo lo que pueda sobre esta increíble familia de materiales, y sobre las motivaciones por las que, en contra de cualquier criterio científico, muchos pretenden hacer de los plásticos el paria a atacar. Anticipo que no va a ser posible, pero no está claro el vía crucis que les espera.

Ni siquiera el hecho de que noticias de esta misma semana apunten a la reapertura de centrales de carbón impide a los ilustrados, incluyendo a notables miembros del gobierno actual «el Diesel tiene los días contados» seguir hablando del fin de los motores de combustión para 2035, por lo que se espera un tiempo interesante en los próximos años que espero no tenerme que perder por motivos ajenos a mi voluntad.

A la espera de la publicación íntegra de la citada sesión, va siendo hora de iniciar una nueva temporada de este blog.

Con la llegada del verano, se vuelve a abrir el melón ¿estamos ante un SDDR «light» camuflado?

Las redes sociales, que hacía tiempo no prestaban demasiada atención al SDDR – que no es mi caso, ya que acabo de publicar un artículo muy bien recibido sobre los problemas de salud pública que la existencia de tal sistema generaría en una situación de crisis sanitaria como la actual*- se están animando, con la aparición y promoción de un nuevo sistema, el SDR, que, cuando menos, debemos convenir que tiene un título nada imaginativo, que más bien parece orientado a confundir al personal.

El SDDR es un sistema inútil para resolver el problema de los residuos de envases, incluyendo los plásticos de un solo uso, especialmente los menos reciclables que nunca entrarán en un SDDR, que no son precisamente los envases de bebidas, a su vez ya los más reciclados, buscados por los promotores y vendedores del SDDR por ser los más limpios y valiosos.

En cualquiera de sus formas el SDDR es infinitamente más caro para la sociedad e infinitamente más incómodo para el consumidor. Recordado lo anterior, para que mis escasos lectores no piensen que mi salud mental flojea, nos encontramos ahora, en España y un puñado de países, de nuevo ante la posibilidad cada vez más certera de que se introduzcan SDDR.

Diez años más tarde de empezar su promoción, parece que fue ayer, la contumacia de los promotores y vendedores y la carencia de criterio -excuso hablar de pensamiento crítico- de algunas autoridades, la evidencia para algunos de que el SDDR es una oportunidad de negocio, y desafortunadamente para otros que deberían rechazarlo de que, marketinianamente hablando, podría ser una gran idea, tenemos que reconocer que el SDDR es una gran oportunidad. Tanto es así, que en estos momentos se manejan incluso hipótesis sobre la conveniencia del SDDR como mal menor, por ejemplo, para evitar determinados impuestos medioambientales. Si el mal de muchos es consuelo, lo mismo está pasando en Francia, Portugal o Reino Unido, entre otros mercados próximos.

Y por último, y en contra de lo que se ha venido manteniendo hasta hora por algunas organizaciones, hasta se piensa en que determinados sistemas de incentivo es decir, que premian al que recicla, por entendernos, pueden ser caminos para alcanzar la ansiadas tasas de reciclado que se manejan en las últimas directivas, sobre envases y en particular plásticos de un sólo uso. Es lo que algunos twitteros verdes han empezado a criticar severamente al hablar de SDR = SDDR light.

Posiblemente no todo el mundo esté de acuerdo, pero para mí los sistemas de incentivo no funcionan. No han funcionado nunca, ni tampoco cuando se han empleado como subterfugio para introducir los SDDR. El premio por reciclar nunca puede ser suficiente para incentivar el reciclado, menos aún si es a través de un sorteo, y la experiencia muestra que todos los intentos por premiar con importes marginales la devolución de envases (envases de bebidas, claro) en determinados contenedores o artilugios, es muy interesante al principio, pero gradualmente va perdiendo interés.

Lo que sí mantiene el SDR con el SDDR es la incomodidad manifiesta para el ciudadano: hay que conservar los envases en perfecto estado para que se pueda leer bien su código de barras y por tanto darles un trato distinto al de los envases en su conjunto, en definitiva, añadir una bolsa distinta a la de envases.

Lo lamento pero tengo que volver a insistir: llevo veinticinco años aplastando mis latas y mis botellas de PET y plegando cuidadosamente los cartones de bebidas para que ocupen menos espacio en el contenedor amarillo, y nunca he visto a ninguna institución u organización promover esta medida que multiplica la eficacia de la recogida de envases usados al reducir el volumen de los que más ocupan en la bolsa amarilla.

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¿ Ahora , qué hacemos ?

Así que en las próximas semanas/meses nos espera una interesante discusión: ¿Estamos ante una nueva manera de introducir en España el SDDR? ¿ Es el modo en que sus promotores quieren celebrar diez años de intentos infructuosos de vender un sistema de mil millones de euros? ¿Influirá en la redacción de la revisión de la ley de residuos de la que hoy, 30 de junio de 2020 , finaliza el plazo de remisión de observaciones?

Veremos

*https://revistas.eleconomista.es/alimentacion/2020/mayo/sddr-un-riesgo-para-la-salud-en-tiempo-de-covid-19-FX3022869

SDDR, un riesgo para la salud en tiempos del Covid-19

La revista de Alimentación y Gran Consumo de El Economista nos ha hecho el honor de incluir un artículo sobre este tema en el que abordamos los riesgos de tener que devolver envases usados a la tienda en una crisis sanitaria como la que padecemos. Damos paso al artículo tal cual.
https://revistas.eleconomista.es/alimentacion/2020/mayo/sddr-un-riesgo-para-la-salud-en-tiempo-de-covid-19-FX3022869

Por favor, ¿me da otra bolsa de plástico?

Con las restricciones, limitaciones, eventualmente prohibiciones y otros modos de reducir el consumo de bolsas de plástico en Europa, se están produciendo situaciones curiosas.

En primer lugar, muchas personas de avanzada edad, poco consumo y menos recursos -alguna que conocía muy bien, por cierto- se las arreglaban para, además de aprovechar prácticamente todo lo que compraban (desperdicio alimentario próximo a cero) utilizar las bolsas de plástico que solían regalar los comercios como bolsas de la exigua basura que a su vez generaban. Olvídense del kilo y pico por persona y día que generalmente se nos atribuye. Esos domicilios ahora tienen que comprar bolsas de basura comerciales, que pesan unas veinte veces más y cuestan bastantes céntimos cada una y además van al contenedor de basura orgánica o mixta muchas veces llenas en sólo un 20%. Es decir, han multiplicado unas diez veces el consumo de plástico para fines relacionados con sus residuos.

Otros, entre los que me incluyo, utilizábamos las bolsa que solían regalar en el supermercado para usos diversos, tan simples como llevarse un bocadillo hecho de casa o fruta para aguantar la jornada. Ahora compro unas bolsas estupendas, que pesan también bastante más que aquéllas, incluso tienen una especie de cremallera, también de plástico, que permite cerrarlas bastante bien, siempre que uno haya expulsado previamente el aire. Algunas de estas nuevas bolsas hasta son estancas, uno puede llevar hasta líquidos o alimentos con salsa. Adiós al tupperware reutilizable.

Pero la última aplicación que seguramente muchos echarán de menos es la bolsa para la separación de envases ligeros en casa antes de llevarlos al contenedor amarillo. Cuando empezaron las restricciones de la entrega gratuíta de bolsas, me apresuré, como consumidor ecológico de lo que presumo, a comprar bolsas de rafia reutilizables. Un colega mío, experto en análisis de ciclo de vida, nos explicó en una charla que el impacto ambiental de una de esas bolsas es como doscientas veces superior al de una de aquéllas, de las que estoy hablando, pero a pesar de todo ya siempre voy a la compra con este tipo de bolsa. Como en mi coche llevo unas diez (no se por qué, pero eso es lo que llevo, un impacto equivalente al de dos mil bolsas de las de antes) y me sobran por todas partes pensé que lo más lógico era utilizar una de ella para los envases ligeros que reciclo. Latas de todo tipo, botellas de plástico, cajas, bandejas..en fin, lo habitual.

Tres ciclos exactamente he durado con este sistema, hasta que he comprobado que los restos de bebida, leche, no digo nada de salsas o aceites, me obligaban a lavar la bolsa con abundante agua -dado su gran tamaño- y buscar un sitio adecuado para secarla, lo que no es fácil. Además del impacto ambiental de la fabricación, el consumo de agua que supone mantener mi cocina a salvo de los olores más variados sin duda rebasa con mucho mi vocación ecológica.

Así que este verano, aprovechando mi estancia en uno de esos sitios donde no ha llegado aún el furor ecologista y es bastante frecuente que, saltándose claramente los reglamentos, los vendedores, sobre todo los callejeros, le den a uno bolsas gratuitas, no he vuelto a rechazar una bolsa, y cuando tengo que llevar mis envases ligeros al contenedor amarillo lo hago con mucha más diligencia: ya no llevo una bolsa tan grande como antes, que me obligaba a sacar de poco en poco el contenido, frecuentemente saliendo bastante pringado: llevo una más pequeña que cabe por el círculo de entrada, empujo el contenido para que se disperse bien (y sea luego más fácil de seleccionar por los modernos equipos ópticos o magnéticos de las plantas de selección, y finalmente dejo la famosa bolsa para que también se pueda reciclar adecuadamente. No se extrañen si me ven comprando en un de estos sitios y diciéndole al vendedor – perdone, ¿le importaría darme otra bolsa de plástico?

El debate sobre agua del grifo y la hostelería

Entre los innumerables debates absurdos e irracionales entre el mundo ecologista y la Sociedad – distinción obligada – sin duda el del agua del grifo es uno de los que ocupa (si no el que más) páginas y páginas de prensa, encendidas polémicas y larguísimas líneas de tiempo twitteras. Para que no se me acuse de estar escorado hacia ninguna de las partes, aclararé que yo, como una gran parte de los consumidores,  bebo tanto agua del grifo como embotellada. Una vez más depende de la ocasión y el lugar de los que estemos hablando.

Dos aspectos para centrar la discusión.

  1. ¿Es bueno o malo beber agua del grifo? En España el agua del grifo cumple prácticamente en todo el territorio nacional todos los requisitos sanitarios. Es decir es salobre, lo que ni necesariamente indica que sepa bien, ni tampoco indica que, para según que consumidor, sea la mejor.
  2. ¿Es bueno o malo beber agua embotellada? El agua embotellada, que no es una, sino muchos tipos distintos, también cumple todas las exigencias sanitarias; eso tampoco indica que qualquiera de ellas sea la mejor para según qué consumidor. A cambio, es más regular de sabor y puede ser, por ejemplo, con gas o con sabores, lo que de momento no es el agua del grifo.

Como diferencias, además, cualquier consumidor de  agua embotellada puede conocer fácilmente su composición con precisión. El agua del grifo es mucho más barata, y el agua embotellada se puede transportar con total asepsia y garantía de mantener todas sus propiedades, lo que no siempre es posible con el agua del grifo. Como aportación al debate y ocurrencia adicional reciente, por ejemplo, la Universidad de Alicante acaba de reivindicar el tradicional botijo. Salvo la anécdota, hay que insistir en que salvo en ocasiones específicas nadie debería decir que una u otra son mejores.

Entrando ya en la controversia sobre consumo de agua del grifo en la hostelería, se podrían poner innumerables ejemplos y de hecho así se ha visto  en los medios, de lugares o países donde culturalmente la opción de incluirla o no, de que sea o no obligatorio, se podría justificar igualmente.

Pero para entrar en el debate sobre la hostelería, hay que  ver los aspectos económicos.

En primer lugar, no se debe ignorar que un establecimiento de hostelería es un negocio; sí, algo que muchos ignoran. No es un servicio público que presta el estado a sus ciudadanos pagado con sus impuestos, sino una apuesta empresarial donde alguien se juega su dinero, y teniendo en cuenta todos los requisitos de seguridad alimentaria que hay que cumplir para dar de comer y beber a la gente, muchísimo dinero, más que , por ejemplo, abrir un outlet de camisetas donde sólo hay que alquilar un local y poner unas perchas o estanterías.

Esos requisitos implican que el coste por metro cuadrado pueda multiplicar por un factor elevado el de cualquier otro negocio, y como es lógico que el inversor pretenda recuperar la inversión. Por ello, obligar al establecimiento a dar cualquier cosa gratis no tiene que ver con el coste de lo que se da, sino con el coste del servicio.

¿Qué hacer? Seguro que no les va a gustar nada, pero  los establecimientos podrían cobrar entrada con consumición, como antes se hacía en los bailes. Una vez dentro usted decide en qué se gasta el importe. Si decide no tomar nada, también puede ocupar una mesa, y consumir esa entrada en tiempo de uso o de descanso. Así todos contentos.

Medio ambiente y prohibiciones, desprecios al conocimiento y al progreso tecnológico.

Septiembre de 2018 ha comenzado con una mala noticia desde el punto de vista medioambiental: entra en vigor la prohibición de fabricar lámparas halógenas. Si el lector se ha escandalizado, o incluso si no,  le invito a seguir leyendo.

Las lámparas halógenas son sólo un ejemplo más de la furia que nos rodea por prohibir cosas con excusas medioambientales. Por cierto, en los momentos actuales hay en discusión en algunas regiones distintos proyectos o propuestas de ley que tienen como característica fundamental cebarse en prohibir cosas (por cierto, también hablan de obligar, la otra cara de prohibir).

Las bolsas de plástico, las pajitas de plástico, las bebidas en envases de un sólo uso (de plástico, vidrio o metal) en lugares públicos o dependientes de las administraciones, especialmente las regidas por conglomerados populistas, la obligación de proporcionar agua del grifo incluso en regiones donde es imbebible, etc…..

Esto me trae el recuerdo de la prohibición cañí, no hace muchos años, de las bombillas incandescentes, para sustituirlas por las bombillas de bajo consumo, una variedad de lámpara fluorescente que ha tenido un desarrollo más bien penoso y prácticamente ha caído ya en desuso, como suele ser el caso, gracias a los avances tecnológicos, que en este caso nos han traído las lámparas LED.

Las bombillas incandescentes fueron un invento absolutamente esencial y durante décadas y décadas la forma más avanzada de iluminación, pero afortunadamente con su aparición no se prohibieron los quinqués de petróleo o los faroles de gas.

Hace unos quince años me tocó poner en marcha una casa y  prácticamente todas las luces (42, por cierto) fueron incandescentes. Quince años más tarde buena parte de esas bombillas se han ido sustituyendo, primero por las infames bombillas de bajo consumo y más recientemente por luces LED, generalmente en función de las necesidades y el tiempo de iluminación previsto; pero una parte importante sigue siendo de incandescencia. Si no están mucho tiempo encendidas, de hecho, la sustitución por otro modelo probablemente no se compensa en cuanto a consumo de recursos y energía  durante el ciclo de vida de la nueva bombilla, que cuesta varias veces más y también requiere lo suyo para fabricarla (si no, no sería tan cara). También instalé una iluminación de exterior resistente a la lluvia donde siguen (con un uso de sólo algunas horas al año) unos estupendos focos halógenos que iluminan como el primer día.

Algunos pretenden justificar las prohibiciones con números, pero muchos de los que lo hacen en realidad no saben de números. Son en definitiva, seres anuméricos. Nunca calcularían el uso en horas y el consumo unitario antes de cambiar una iluminación por otra, les va la macroeconomía doméstica , si es que existe.

Empezando por los distintos inventos que la tecnología nos va poniendo a nuestro alcance: hasta que se empezaron a prohibir cosas, normalmente un nuevo producto sustituía gradualmente al antiguo, de modo natural, según el nuevo producto fuera desarrollando su potencial o el consumidor del mismo simplemente fuera cambiando sus hábitos de consumo.

Así, las calculadoras electrónicas y los ordenadores han sustituido a las calculadoras mecánicas y las máquinas de escribir. Eso no quiere decir que no siga habiendo escritores que siguen fieles a su máquina, por ejemplo. Lo que no nos entraría en la cabeza es que en su momento se hubieran prohibido las máquinas de escribir por razones medioambientales, es decir por ahorro de recursos.

La imprenta se sustituyó por la impresión en offset moderna, pero no se prohibieron los tipos de imprenta, de hecho hay quien sigue imprimiendo por métodos artesanales. Hoy podrían arriesgarse a una sanción, si acaso.

Simplemente se dejaron de usar, porque había procedimientos más simples y económicos. También las locomotoras de vapor (soy suficientemente viejo para haber viajado en trenes con máquina de vapor) se sustituyeron por máquinas Diesel, que a su vez y de manera prácticamente universal se han ido cambiando por trenes de propulsión eléctrica. Pero ni se prohibió la máquina de vapor, ni se prohibieron las locomotoras Diesel (que por cierto en determinados lugares siguen siendo el medio de transporte más fiable…. ) pero hete aquí que ahora muchos quieren prohibir los motores Diesel para automóvil sin esperar a que, como siempre, en función del progreso tecnológico y de la disponibilidad de metales raros ¿por cierto, sabe alguien si hay suficiente litio en la Tierra? vehículos híbridos o eléctricos continúen sustituyendo gradualmente a otras formas de propulsión terrestre. Pero las prohibiciones siguen ahí, como espadas de Damocles. Hasta se ha dicho que los motores Diesel tienen los días contados, y no precisamente por cualquier indocumentado.

Esperemos, aunque bien es verdad que con poca esperanza, que la racionalidad se imponga y, como siempre, se aplique la definición de sostenible que más repito: sostenible es lo que hoy está en el mercado; lo que no era sostenible ya ha sido relevado, simplemente por los hábitos de consumo y el desarrollo tecnológico, pero nunca debería serlo acudiendo a la prohibición, que no es otra cosa que un desprecio al conocimiento y al desarrollo tecnológico.

Enésimo intento de engaño al ciudadano: con el SDDR no te pagan por reciclar

La pertinaz desfachatez de los promotores-vendedores del SDDR no tiene límites: más de siete años después de presentarse por primera vez en público, la organización disfrazada de ecologista ahora desdoblada en dos, cuyos directores comerciales quieren vender decenas de miles de máquinas de retorno de envases por cuenta de sus patrocinadores en España, según la noticia,  «una asociación formada por ecologistas, consumidores y sindicatos, y financiada por empresarios alemanes del sector» ,   es decir, los que pretenden vender las dichosas máquinas de recogida de envases, las vuelve a presentar en varias comunidades autónomas, como si se tratara de un sistema que paga al ciudadano por reciclar cada envase. Se habla de 10 céntimos (la inflación ha hecho estragos), cuando en los primeros intentos de engaño allá por 2011 pagaban sólo 5 céntimos. En otros puntos se habla de  «pagar»  al ciudadano 25 céntimos.

En los últimos días la noticia ha vuelto a saltar a los medios: un supermercado de Gáldar (Gran Canaria) aparece como el primero en Canarias en pagar por llevar envases para reciclar. En la misma línea, otro en Lanzarote y, hace algunas semanas se producía una noticia similar en Mallorca.

En primer lugar, nunca hemos dudado de la buena voluntad de los responsables del comercio que han creído ver un elemento atractivo para su negocio instalar una máquina de reciclar envases. Mucho más si, como es previsible, se la han colocado gratis en su tienda. Sólo deberían imaginarse, si el sistema continuara, que les habría costado 20.000 € aproximadamente el aparato, más los costes de luz, limpieza, almacenamiento de los envases recogidos (que no les vendrían a buscar gratis como ahora) en un lugar distinto de donde almacenan los alimentos que venden por seguridad alimentaria, y además adelantar al sistema el importe del depósito de todos los envases comprados, a la espera de que los clientes se los fueran reintegrando al llevarse las bebidas,

Así reflejaba abc de Canarias una noticia de Gáldar el pasado 27 de febrero, y otra similar en Lanzarote.

Muchas veces la inestimable ayuda de los políticos regionales contribuye a dar visibilidad a estas iniciativas, donde los inocentes ciudadanos que participan no pueden menos que acoger con entusiasmo, sin saber que es un engaño, el teatrillo donde les pagan diez céntimos por llevar una botella de agua o algún envase similar.

En los últimos shows el engaño es doble: en Mallorca, junto a unas máquinas que reciben y aplastan envases para su reciclado presentan cientos de envases recogidos sin aplastar para que hagan bulto, con lo que los ciudadanos que han participado de buena fe se van a llevar un doble engaño,

a) creerse que les van a pagar por reciclar

b) que los envases podrían no ser para reciclar, y por eso están íntegros.

En el último simulacro de proyecto piloto en Palma, un cartel indica que se dan 10 ç por cada envase traído, y unas bolsas de envases vacíos esconden que los envases recogidos se aplastan para llevar a reciclar invitando a pensar que se van a reutilizar

 

No hay que esperar mucho para ver cómo se propaga el tercer y último engaño habitual en estos lances:

c) que ésto es como era antes «devolver el casco» 

¿Qué les decía? el propio periódico lo indica «Los envases serán en un primer paso reciclables, y en el futuro reutilizables. Para la organización que lo promueve, la infraestructura asociada al sistema de retorno de envases de un solo uso permitiría avanzar hacia la reutilización, como se hacía antes en Canarias. Lástima que el propio medio recuerde que  Lo que no ha conseguido el SDDR en Alemania es aumentar la reutilización, ya que desde 2003, exceptuando las botellas de vidrio de cerveza, el porcentaje de envases reutilizables ha descendido del 70 al 40%

Si el sistema progresara en Baleares, Canarias o cualquier otra región,  (después del Brexit, Trump y algún proceso que sigue en bucle por ahí cualquier cosa es posible) los sufridos habitantes de Baleares o Canarias no tardarán en comprobar en sus bolsillos que la broma no les va a pagar diez céntimos por envase devuelto, sino que cada bebida le va a costar diez céntimos más si se porta bien, guarda los envases y los lleva diligentemente de vuelta al comercio sin que se estropeen para que la dichosa máquina los pueda leer, y veinte cántimos más si por alguna razón no puede llevarlo de vuelta a la tienda.

 

A la tercera, no va la vencida: en el tercer y último «Proyecto piloto» de SDDR de envases, no había envases.

Después de dos experimentos que los promotores-vendedores del SDDR en España llamaron «proyectos piloto», uno en Almonacid del Marquesado y otro en Cadaqués, convenientemente analizadas desde este mismo blog, y a la vista de los resultados que cosecharon, que demostraron que aquéllos habían sido de todo menos proyectos piloto del SDDR, llegamos a pensar que tal vez habría un tercero, hecho con algo más de rigor.

Efectivamente ha habido una tercera vez, efectivamente se le ha vuelto a llamar «proyecto piloto de SDDR», pero, esta vez, sí que se ha rizado el rizo: en esta ocasión el experimento, básicamente, no era sobre envases de bebidas.

Como en la anterior edición (el experimento de Cadaqués) nos fuimos a verlo; esta vez a la playa, a ver cómo iba la cosa. La playa del Prat de Llobregat es, ante todo, una gran playa, que discurre más o menos en una franja entre el aeropuerto de El Prat y el mar.

Con un acceso no muy sencillo, y con una buena extensión, mayor sin duda que la capacidad de aparcar en las proximidades, acoge varios chiringuitos. En esta ocasión, aprovechando una tarde de semana sin gran afluencia, pudimos acercarnos a uno de los que albergaban el experimento.

Señalado con un cartel en la arena, donde los promotores-vendedores no aparecían como organizadores, pero daban nombre al cartel (formalmente el organizador era el Área Metropolitana de Barcelona, AMB) se anuncia como un experimento de retorno de envases y vasos (primera sorpresa).

Hace algunos años, el Forum de Barcelona había utilizado un vaso especial reutilizable, con un diseño muy original, algo así como un perfil de columna salomónica, apilable, por el que se pagaba un euro de fianza y que una vez vacío se podía canjear por uno lleno (pagando la bebida solamente) o devolverlo y recuperar el depósito. Me pareció tan buena idea que aún guardo los vasos de aquella ocasión, de recuerdo, y creo que muchos otros visitantes de aquella ocasión lo hicieron. Pero en este caso los vasos no eran de aquel tipo.

Pues bien, yendo al grano, explicaré que en esta ocasión el chiringuito cobraba un depósito, no por un vaso reutilizable, sino por un vaso de un sólo uso que llevaba una pegatina con un código QR, que un delegado del Area Metropolitana de Barcelona – un propio, vamos- leía al recibirlo y volvía a leer al devolverlo con un aparatito. Esta operación también la podía hacer un camarero del quiosco.

Como el cartel que anunciaba la actividad hablaba de retorno de vasos y envases, pedí una lata de refresco para ver el funcionamiento del sistema. Allí me encontré con  otra sorpresa: no vendían refrescos envasados, todos los refrescos eran de grifo (por cierto, a 2,50€ el vaso, 2,60€ con el depósito). Pregunté a los responsables del quiosco cómo era eso, pero no me dieron explicación. Lo que yo creo es que si pueden cobrar 2,50€ por un refresco de grifo, para qué los van a tener envasados, que podrían ser muchísimo más cómodos para el usuario que se lo quiera llevar y abrirlo más tarde para preservar el gas. Así el usuario tiene que volver más veces – entre otros motivos para recuperar 10 céntimos – y venden más. Negocio redondo.

Recopilando: este «proyecto piloto» es sobre todo para vasos de plástico de un sólo uso.

Con el fin de poder ver cómo funcionaba con envases, conseguí identificar una bebida que sí estaba envasada: la cerveza sin alcohol. así que pedí una lata, y al pagar vi con sorpresa que no tuve que pagar depósito por el envase. No llevaba pegatina.

Una vez comprobado el funcionamiento en el momento de la compra, al cabo de un rato volví para comprobar el funcionamiento de la devolución. Con el fin de documentar la experiencia me acerqué con una cámara de vídeo, y le pedí al responsable o delegado del AMB que me permitiera hacerle unas preguntas sobre el funcionamiento del sistema. En este punto tengo algunas dudas, porque no se si el delegado del Area Metropolitana de Barcelona no me entendió o simplemente no le gustó la idea, ya que no hablaba español, cosa chocante en un municipio de mayoría hispanohablante. Afortunadamente los camareros del chiringuito, muy amables,  sí se expresaban en castellano, y me dijeron que podía devolver la lata de cerveza vacía para su reciclado, aunque no hubiera pagado depósito, lo que me pareció muy bien.

Así que para completar el estudio me interesé por el destino de los vasos y envases recuperados por este procedimiento. En un SDDR con recogida manual (donde no están las máquinas que vende el patrocinador de todas estas pruebas) los envases se llevan a un centro de recuento para su contabilización. Pero allí no se hacía eso. Los vasos y envases se llevaban al contenedor amarillo de ECOEMBES. Por cierto los vasos de plástico de un sólo uso no son envases sometidos a punto verde, y ECOEMBES no está obligado a reciclarlos. Es decir, que la empresa a quien los promotores-vendedores del SDDR vienen difamando desde hace unos cuantos años, tenía que recoger y tratar (a su cargo, suponemos, a no ser que recibiera alguna compensación por los depósitos no retornados, lo que dudamos) toda una serie de objetos por cuyo reciclado no había pagado nadie, pero que a muchos consumidores les habrán costado diez céntimos. Lo más curioso es que en redes sociales este sistema se ha venido publicitando como «un nuevo sistema de gestión de envases»

Con un planteamiento así, no cabe duda de que el SDDR es un modelo de negocio a estudiar con algo más de profundidad.

 

 

 

 

 

 

 

Por casualidad, ¿no habrá visto usted el Rainbow Warrior por Tailandia?

Seguramente no lo ha visto.  Yo le voy a explicar por qué, y también por qué habría sido mejor que lo hubiera visto por allí. Pero déjeme que antes, como navegante a vela desde hace muchos años, le cuente mi impresión sobre dicho objeto flotante. El Rainbow Warrior es un antiguo barco mercante, que se mueve con combustibles fósiles, es decir que contamina y emite CO2 como todo el mundo, pero que simula ser un velero. De hecho tiene un foque enrrollable y, me ha parecido ver, dos botavaras, aunque no he acertado a ver las velas. Un barco de vela debería tener mástil- o mástiles si fuera, por ejemplo, una goleta- pero en lugar de mástiles tiene una especie de grúas, más pensadas para izar pancartas que velas. También se parecen bastante a las estructuras que soportan los trapecios en los circos. Es decir, mi impresión es que está más orientado al espectáculo que a la navegación.

Pues bien, dicho barco acaba de realizar una turné de promoción del sistema de depósito de envases (SDDR) por las tres regiones españolas que están considerando su implantación: Baleares, Cataluña y Comunidad Valenciana, acompañado por las organizaciones que pretenden vender el sistema. Ni que decir tiene que todos los que promueven el SDDR, además de bastante gente de buena fe que creía que iba a otra cosa, han pasado por allí.

ximo en el RW

Promoción del SDDR en el puerto de Valencia a bordo del Rainbow Warrior. Responsables de Retorna y Greenpeace explican el sistema al presidente valenciano.

La excusa para este viaje de promoción ha sido el vertido de plásticos en el mar. De hecho, hasta alguna autoridad se ha manifestado contra el plástico en una artística performance, subido en una tabla de surf, que, como los aficionados (en mi caso al windsurf, cuyo material tiene una composición similar) sabemos, tiene un núcleo de resina de poliuretano recubierta de una capa resistente de poliéster. Para que no rozara con el suelo, la tabla estaba sobre una lámina de PVC. Detrás se había simulado una ola del océano, seguramente con polietileno, coloreado de azul, y en las manos tenía un cartel de PVC amarillo que (interpretado libremente) decía algo así como «acabemos con el plástico». Mal comparado, es como si yo protestase de los combustibles fósiles bañándome en un jacuzzi de gasóleo.

El argumento utilizado es que vertemos al mar tanto plástico que en el año 2050 habrá en el mar más plástico que peces, pero la razón de fondo es una vez más apelar a nuestras emociones explicando que los vertidos de plástico en el mar se acabarían implantando el famoso SDDR, y que así evitaríamos que las botellas de bebidas se convirtieran en microplásticos, dañando así a los ecosistemas.

Buen intento, pero una vez más fallan los números. Anumerismo y Pseudociencia, los dos principios fundamentales que guían la actividad de buena parte de los activistas ambientales, nos hacen recordar un par de cosas importantes:

  • Por una parte el PET, material del que están fabricadas las botellas de bebidas de uso universal, y que teóricamente desaparecerían al poner en marcha el SDDR, según el informe del programa de medio ambiente de la ONU (PNUMA) es prácticamente inexistente, o al menos el de menor importancia, entre los microplásticos que se encuentran en los océanos.
  • Por otra parte, uno de los documentos clave sobre plásticos en el mar que sirve de base a la estrategia internacional para acabar con este problema es el informe «The new plastics economy. Rethinking the future of plastics» de la fundación Ellen McArthur. Estoy absolutamente convencido de que 999 de cada mil personas que hablan del problema de los plásticos en los océanos y citan este informe no lo han leído. Yo sí lo he hecho, y me gustaría recordar que -como siempre, para resolver un problema hay que cuantificarlo, digo yo – por favor, no nos hablen de ciencia que está en juego el futuro de nuestros nietos, dirán algunos- una de las conclusiones más importantes a la hora de cuantificar el problema es el hecho de que de todos los plásticos vertidos en el mar, el 2% proceden de la suma de Estados Unidos y Europa, el 82% de Asia y el 16% de otras regiones.

La verdad, no sé que espera el Rainbow Warrior para iniciar su periplo asiático y dejar de marearnos en Europa.

Animate a compartir este reconocimiento a la mujer en la ciencia

El 15 de diciembre de 2015 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 11 de febrero de cada año como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia con el fin de «promover la participación plena y en condiciones de igualdad de las mujeres y las niñas en la educación, […]

a través de Reto 11 de febrero: Visibilicemos a las Grandes Físicas — Los Mundos de Brana